La fortuna de ser ignorado

Tengo que ir a la escuela. Tengo que ir. No asistí en toda la semana. ¿Alguien me extrañaría? ¿Los maestros sabrán de mi ausencia? Tengo que ir, él quiere que vaya, o sólo se deshace de mí en una forma amable y llena de silencios.

El camión se abarrota de vendedores ambulantes. Piden una ayuda. Piden dinero. Yo pedía paz. No fui otra vez al salón. En su lugar descubrí dos novelas en su casa. Hablamos de librerías del viejo.

Ella ya no está. Pero, al escuchar que planean el próximo encuentro, descubro que sigo siendo causante de sucesos que ellos viven en un frenesí. Nadie se arrepiente. Les gusta besarme. A todos. A ellos les gusta besarme. No me gusta besar.

Llego a casa. Él no está. Tal vez fue a la escuela. Tal vez fue a algún lugar para no amarme más. Tal vez sólo fue un tal vez, y está arrepentido de haber estado conmigo.

Me recuesto. Sé que no están más. Ninguno de ellos. Ni los 27, ni las 11. No hay más. Siempre he sido comparado. Adiós, amor, adiós. Murió la tarde y me he dado la media vuelta. Por fin, siento que mis esfuerzos siempre son en vano.

***

La oscuridad de la noche se hace eterna y aburrida. Ya no me emociona esperar ese hermoso y hartístico* atardecer que cada día vuelve un poco interesante la vida patética de las personas.

Me mantengo esperando su mensaje: saber que ya llegó a su casa. El de buenas noches. Y el de te quiero. Espero saber que está con sus padres, y hablan sobre infinidad de libros. Qué va a misa con ellos y escucha un sin fin de sentimientos. Después, solo espero que me diga que hice un buen trabajo, y que en realidad, yo le gusto.

Ansío ver ese día, en qué el atardecer sea al revés, ya no duerma, y lo pueda ver. La pueda sentir. Y me pueda amar. Es tan necesario para mí que, no sabía cómo volver a besarle. O verle esos ojos tan profundos y vacíos que jamás necesite.

Quiero conocer mis límites, sabiendo que no existen. Extraño su espalda, sus dedos y su saliva. Ese desprecio, y ese acercamiento. Su gemir, o la respiración agitada. Verle sudar, sufrir y gozar. Llorar y gritar. Cantar o parlotear.

Querer llorar y escribir. Amar, y escribir. Soñar, y escribir. Desear, y escribir. Guardar silencio. No saber hablar. Olvidar y olvidar, pero nunca ser amado. Extrañar, y no estar. Todos o nadie, pero al final, sólo añorar.

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Cuando lloro en la oscuridad, calmo mi dolor dándome fuerzas. Me apoyo y me sustento. En ocasiones, sólo me dejo caer, pero cuando me levanto, vuelvo a ser la misma persona insegura, sin amor, ni respeto. Qué amó tantas veces, que ya nadie le creía.

Cuando me pongo a llorar, soy mi único consuelo, pues nadie más comprenderá el porqué lo hacía.

***

Esa mañana, el frío enamoró al latín. El filósofo se había ido, y no sabía si volvería. Lágrima de dolor, pues al cuarto dedo, perdió su interés. El psicólogo se fue, el contador no llegó, el SAT no volvió y el pintor no pintó.

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Pedía fervientemente que ya te fueras, pero tu regreso dolía más. Sin todos los gritos y aplausos, me volvía parte de ese tormento.

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Parte de él, era enamorarme cada segundo. Con cada palabra me volvía a encontrar, ¿Hasta qué momento seguiría siendo parte de él? De cada uno. Siempre me quise alejar para no poder arriesgarme. Sólo ganaba estar más confundido. Entonces, hasta ese momento me decidí no mirar otra vez por ese espejo. No reflejar en él mis palabras y mis sentidos, se quedaban en el olvido. Mis lágrimas, cuántas lágrimas ya no tenía.

Sus nombres. Arrepentirme a cada segundo. El tiempo. En sentido del reloj, dije que no más.  Pero hasta cuándo tenía que soportar verle a los ojos y decir que aún le quería.

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Vi un avión. Iba aterrizando. Sabía que algo me aguardaba en estos días, y sólo podía imaginar a quién no iba poder amar, sólo por estar atado a la inestabilidad. Comadreando. Su hijo hizo eso, aquello y tal vez eso. El asfalto se iba calentando. La cantera y plata, en un sólo corazón. El fresno floreciendo en un ojo de agua. Así de lento tenía que quedar. De qué así me tenía que amar a mí.

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Los dos pasajeros, en la parte de atrás, se querían besar. La mirada de uno de escondía en pequeños fragmentos, donde toda la realidad se escondía porque quería estar. Pero, el miedo abrumaba aquello que yo quería sentir.

Adviento. A eso me sonó su nombre. La llegada de alguien que pronto se iba a marchar, para encontrar un mejor lugar.

Dejé correr a alguien. Me despedía todo el tiempo de él. Nunca se fue. Como un fantasma lastimó lo poco que me quedaba.

Entre tantas cosas, el miedo y el llanto, pude saber que ahí estaba yo, debajo de su pantalón. Tocándole. Excitando su pobre alma a cada metro. Sentía como poco a poco babeaba por mi mano.

"Bésame, no hay nadie atrás". Pidió tan desesperado y tierno que me vi impulsado a imaginarme en su lugar. "Quiero que lo hagas". Al fin lo había podido hacer.

Jamás sentiría amor por mí. Sólo estoy de paso, en el asiento de atrás. Así seguiré, la desdicha y su consuelo eso seré.

***

Sé a la perfección que no me quiere. Ninguno de ellos. Está bien, al final, sólo quería un beso y se lo pude dar. Todo el tiempo pensando en él. No debí verlo. Atarlo un poco más. Ser egoísta y no quedarme.

Quiero pedir perdón. Volverte a ver y decir que ahora tú te quedarás un poco más. Aunque ya era tarde. Cuídate, que cuando te vuelva a ver, te mantendré a mi lado hasta el amanecer.

Qué el dolor no se nos quede. Hablar hasta el amanecer, y decir cosas que no volveremos a ver. Despedirnos como se debe.

***

Su Cristo me veía, me juzgaba desde esa cruz. Sabe bien que es lo que me agobia y aún así no me da la respuesta. Tengo miedo de que jamás nos hable.

Mi secreto se ha de quedar plasmado aquí. Nadie más me escucho, les pedí que lo hicieran, pero me ignoraron. Su consejo no me servía. Te agradezco hablarme, pero como ellos, no quería alejarme.

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